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CRÓNICA DE UN VINO QUE NACIÓ DE MIS MANOS

ENOTURISMO Visto: 344

CRÓNICA DE UN VINO QUE NACIÓ DE MIS MANOS 1

Nunca imaginé que una copa de vino pudiera guardar un pedazo de mi alma.

Por un viajero del Valle de Colchagua


Aquel día, el sol caía como una caricia sobre los viñedos del Valle de Colchagua, dibujando destellos entre las hojas verdes y doradas. El viento bajaba desde la cordillera como un susurro antiguo, y el río Tinguiririca cantaba con la calma de quien ha visto pasar siglos. Fue allí, en ese paisaje de postal viva, donde me encontré con una experiencia que no sabía que necesitaba: crear mi propio vino.

Viña Ravanal fue el escenario. Nos dividieron en grupos, y frente a mí, tres cepas tintas se ofrecían como un misterio esperando ser resuelto. Un enólogo —más alquimista que técnico— nos guió con paciencia y humor. Nos animó a probar, mezclar, oler, equivocarnos, volver a intentar. Cada gota era un verso, cada mezcla una historia que se iba armando en el paladar.

 

CRÓNICA DE UN VINO QUE NACIÓ DE MIS MANOS 2

 

Diseñé mi etiqueta, le di un nombre —el nombre de un recuerdo— y embotellé lo que sentí era un trozo de mi corazón fermentado. El vino que nació de mis manos fue evaluado por el experto. No ganamos, pero me llevé algo más valioso: la certeza de haber creado algo único e irrepetible.

Carmen Paz Ravanal, Gerente de Marketing de la viña, lo explicó con claridad: “A los participantes les encanta, disfrutan mucho probando diferentes cepas, se ríen, se sorprenden y ponen en juego su creatividad e imaginación. Es una actividad que fomenta la colaboración, despierta la curiosidad y fortalece la conexión emocional con el mundo del vino”.

 

CRÓNICA DE UN VINO QUE NACIÓ DE MIS MANOS 3

 

Y tenía razón. Pero vivirlo fue más allá. Fue como entrar en un rito antiguo, donde el vino no se explica, se siente. Comprendí entonces que no solo despierta la imaginación: te transforma. Te convierte en parte de un relato mayor, hecho de tiempo, tierra y alma.

Y no era solo eso. El valle ofrecía más: picnics entre viñedos, rutas en bicicleta, talleres de maridaje, y ese magnetismo natural que describía Roxana Díez, Gerente General de Viñas de Colchagua: “El Valle de Colchagua tiene un magnetismo natural... lo que realmente lo hace único es su paisaje”.

Según Sernatur, Colchagua y Cachapoal fueron los destinos con mayor ocupación turística de la región durante el verano. Y no es casualidad. Aquí el vino no solo se bebe, se vive. Se escucha, se huele, se toca. Se recuerda.

Hoy guardo esa botella como un amuleto. No la he abierto. No porque tema perder su sabor, sino porque, al mirarla, sé que hay un lugar donde el arte, la tierra y el alma se encuentran para dar vida a algo eterno. Ese lugar tiene nombre: Colchagua.

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